Niebla es una obra de madurez en la que convergen los intereses esenciales del autor. El principal, el rechazo vital a una muerte que signifique el final de la existencia, de la vida personal. También, la ruptura con un patrón determinado de novela procedente de la época del realismo.
Una de las escenas más importantes muestra la confrontación entre el protagonista, Augusto Pérez, con el propio autor, Miguel de Unamuno, revelando el tema de la imposible inmortalidad y la infructuosa lucha del hombre ante tal trágico destino (capítulo XXXI).
Desde el punto de vista del género literario, Niebla es la primera obra que Unamuno califica de nivola, género creado por él y que pretendía constituirse como alternativa a la novela realista en vigor a finales del siglo XIX.
Como es característico de las novelas unamunianas, los conflictos se suelen centrar en lo íntimo de los personajes y sus problemas familiares (muerte de la madre, situación económica precaria, relaciones amorosas imposibles). En Niebla se afirma la afirmación de la personalidad. Presenta la lucha contra el determinismo en el conflicto entre el protagonista y el propio autor, que hace las veces de Dios en su nivola. Hablamos entonces de metanovela, es decir que la construcción de la novela pasa a ser objeto de ésta. Rechaza el detallismo típico de los realistas en pro de un lenguaje más sencillo y espontáneo pero a la vez culto y concreto. Los pensamientos se muestran con un estilo ágil y versátil: el ritmo de la novela es muy intenso, a pesar de lo profundo de su planteamiento temático. La alternancia de diálogos, discursos y monólogos interiores es constante y en ningún momento se traduce en una ruptura formal. Unamuno consigue dotar a sus personajes de un cierto humor que les hace más humanos: al estilo de Cervantes (del que era devoto admirador) crea algunos de mimbres mucho más satírico, como los sirvientes de Augusto, y otros de un calado mayor, como Víctor o la propia Eugenia.

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